Explicación

Una colección en permamente crecimiento de los cuentos que escriben los dedos de Fabio Romanelli (con o sin la autorización del resto de su cuerpo).
Proceda con cuidado: si todo parece ser confuso, complicado o estar innegablemente al revés. se recomienda mantener la calma, respirar profundo, y verificar si el monitor de la computadora, o incluso el propio lector, no se encuentren de cabeza. Eso, por lo general, ayuda bastante.

jueves, 12 de julio de 2012

Presentación de libro


"Hola", diría yo si estuviera seguro de que "hola" es como se saluda a alguien luego de seis meses sin hablar con él/ella/ellos. ¿Se diría "hola", verdad? (perdón por el abandono, lectores).

Bueno, la cosa es que después de cuatro (mentira, son 6, VI) meses* sin entradas en el blog, escribo, no para publicar un minicuento, noooooo, sino para anunciar lo siguiente:

El 25 de julio, a eso de las 11 de la mañana, en las instalaciones del foro XXI de La Castellana, se hará la presentación del libro "La Voz de la Ciudad", en donde, hay que decirlo,  ¡hay un mini-cuento de mi autoría! (hay un montón de textos por otros autores que no son yo, también).

Todo el asunto se enmarca en el evento "La Ciudad Tiene tu Cara" de la empresa DYCVENSA, y, repito  ¡se publica un mini-cuento que escribí yo!

El libro en cuestión es de distribución gratuita, o sea, que pueden tener gratis ¡un libro en donde hay un mini-cuento que creé en algún punto del pasado!

Vayan y disfruten ¡de la presentación de un libro que contiene una breve narración que fue ideada y mecanografiada por la persona que escribe estás líneas! (o sea yo, Fabio Romanelli, no otro).

Me siento muy agradecido con Inés Muñoz y PublicARTE por fomentar la escritura y la cultura en general, en nuestra ciudad (Caracas, para ustedes lectores de otros países), y por invitarme a participar del evento ¡que incluye la publicación de un compilado que contiene una extensión reducida de prosa imaginada y digitada por mi merced!

No, enserio, vayan. Seguro que se la pasan bien.

¡Gracias de nuevo!

 Fabio "me-publicarán-un-mini-cuento" Romanelli


*Ya, no me maten, tampoco he estado de flojo, he estado trabajando en un libro** Y en un proceso de mudanza.
** Pendientes con lo del libro.

viernes, 20 de enero de 2012

Un instante de duda





Tras varios tragos y horas de sopor etílico, salpicados de risotadas y empujones amistosos en un bar cercano, el marinero salió a la acera. Estaba de vuelta en su pueblo natal después de largos meses de travesía marina, y a nadie se le hubiera ocurrido detenerlo cuando, por la noche, sus viejos compadres lo convidaron a beber. ¿Y qué si era lunes? ¿Y qué si su familia estaba esperándolo para consentirlo? Estaba borracho y estaba feliz.


Se apoyó de la pared de la esquina mirando hacía lo lejos las calles vacías, los contornos de su cuerpo eran dibujados por la luz del único farol encendido de esa acera. De pronto, desde allá, a lo lejos, donde la calle desolada se encontraba con el horizonte, una figura alta y sombría apareció. El marinero miró a su alrededor, súbitamente sobrio, impulsado por un mal presentimiento, pero no pudo ver a nadie más que transitara por esos lares a esas frías horas de la madrugada, ni siquiera sus amigos —que prefirieron el calor de la proximidad de los cuerpos y aspirar la neblina alcohólica del bar— estaban a la vista. A parte de él, sólo la figura negra a lo lejos parecía existir en el mundo. La sombra tenía algo extraño, algo inquietante.
Unas pequeñas luciérnagas flotaban alegremente alrededor de la aparición que se perfilaba bajo la muda luna radiante que bañaba todo con una luz plateada, sin saber que su danzar contrastaba terriblemente con la misteriosa figura que rodeaban.
El marinero sacudió la cabeza y parpadeó varias veces. Sintió cómo se estremeció de pronto. La figura sombría parecía imperturbable, salvo por las ropas negras y difusas que flotaban lentamente en la brisa, como tentáculos de un pulpo perezoso en una corriente marina. Quizás fuese la soledad y el silencio absoluto carente incluso de la orquesta de animalitos nocturnos lo que le hizo llegar a la irreversible conclusión de que se trataba de un fantasma. Un espectro lo miraba impávido al final de la calle.
 Nadie le había comentando nada de fantasmas por estas zonas, y aunque así hubiese sido él nunca lo habría creído… pero hubiese estado bien que su mujer, o su hermana la verdulera  que debía de conocer las calles y el cotilleo del pueblo mejor que nadie le hubiesen comentado que por ahí se aparecía… algo. O quizás se trataba de la primera aparición, quizás fuese algo único, aunque él recordaba que, por esos entornos rurales, las historias de fantasmas abundaban en ciertas temporadas. Quizás todo el pueblo sí sabía del espectro pero había querido olvidarlo, quizás el hablar de ello sólo lo hacía más presente en la ya aterrorizada mente de todos
Pero sea como fuere, y sin poder distinguir rostro alguno bajo la capucha que llevaba, supo que el fantasma lo estaba mirando. De pronto, el espectro inclinó la cabeza para un lado. Luego, sin hacer el menor ruido, empezó a acercarse. El marinero se paralizó por completo, sintiendo el pánico más absoluto. Sus vellos erizándose, sus ojos desorbitándose, su mandíbula trancándose en un rigor de músculos.
El terror era tal que no notó cuando empezó a lloviznar, no sintió el frío punzante de las delgadísimas gotas que destellaban fugazmente con la amarillenta luz del farol y la plateada de la luna; sólo podía observar como la aparición negra que se acercaba, aparentemente flotando, empezó acelerar. Aceleraba hacia él. El marinero pudo ver como la tela de su atuendo aleteaba tras el espectro. Sus pisadas, si es que sus etéreos pies tocaban el suelo con alguna materialidad, no emitían ningún sonido perceptible por encima del murmullo sordo de la llovizna al golpear los adoquines. El fantasma estaba más cerca y no disminuía su velocidad. En breves instantes tendría al marinero frente a frente, quizás para mostrarle una calavera ensangrentada allí donde debería haber un rostro, o quizás un aullante pedazo de oscuridad absoluta… quizás una distorsionada sonrisa demencial con unos ojos bizcos envueltos en llamas…
El marinero quiso gritar hasta que sus pulmones estallaran pero el pecho no se le movía, ni sus manos, ni sus brazos, ni sus párpados querían parpadear. Sus ojos empezaron a aguarse del terror, desatando unas incongruentes lagrimas que se deslizaron por su rostro paralizado. El fantasma estaba ahora tan cerca que se le podían adivinar los delgados brazos debajo de la manta negra que lo cubría. De pronto, un viejo instinto de preservación hizo que el hombre se agachara y lanzara una mano hacia el suelo para tomar un pedrusco de tamaño notable, sin quitarle la mirada de encima  al fantasma. Lo hizo inconscientemente, como si se tratara de un perro salvaje que estaba por dar con él, pero para su inmediata sorpresa y confusión, el fantasma se detuvo por un instante, como dudando. La lluvia siguió cayendo, y el silencio siguió imperando. La mente del marinero, en un fugaz chispazo, le dijo que los fantasmas nada temen a que alguien les dé una pedrada.
El hombre dio un paso hacia adelante. El fantasma dio un brinquito casi imperceptible, poniéndose tenso. Ninguno emitió el más mínimo sonido. El marinero dio dos pasos más. El espectro dio uno hacia atrás. El hombre arrancó a correr con la piedra en la mano, lo que provocó que la aparición diera media vuelta y arrancara a correr desesperadamente, alejándose por donde había venido.
Justo cuando el marinero se había acercado lo suficiente y estaba a punto de lanzarle el peñón por la espalda, al fantasma se le cayó la capa con capuchón que llevaba revelando la larga cabellera de su hermana la verdulera que, presa del pánico, terminó chocando con el carretón de mercancía que había traído y dejado en la esquina sumida en las sombras, desperdigando las verduras que pensaba vender a primera hora de la mañana.


Fabio Romanelli, 15/01/2012 

Nota: Esto es una adaptación de un relato que me contó el Sr. Orlando Acuña hace unos días. Me provocó una magnitud nada razonable de risa. Temí por mi vida.