Explicación

Una colección en permamente crecimiento de los cuentos que escriben los dedos de Fabio Romanelli (con o sin la autorización del resto de su cuerpo).
Proceda con cuidado: si todo parece ser confuso, complicado o estar innegablemente al revés. se recomienda mantener la calma, respirar profundo, y verificar si el monitor de la computadora, o incluso el propio lector, no se encuentren de cabeza. Eso, por lo general, ayuda bastante.

miércoles, 2 de marzo de 2011

La Gran Final*


La cara de Sam era una mezcla entre esfuerzo alimentado por adrenalina, y concentración angustiosa. El sudor le hacía sentir la espalda caliente y húmeda. Las piernas, aunque tensas y rígidas, estaban listas para flexionarse en una fracción de segundo. La pelota volaba en un arco por encima de su cabeza; sus ojos, y los de todos los demás jugadores, la siguieron sin parpadear.

En ese brevísimo instante, Sam sintió toda la fuerza de las muchas miradas que, desde las gradas, ejercían un peso casi físico sobre toda la cancha. La esfera tocó el suelo frente a él, rebotó, y quedó paralizada por la acción del tiempo al desacelerarse. Para Sam, y todos los presentes, jugadores y espectadores, ese segundo se desarrollaba con pasmosa lentitud, pues se trataba del desenlace del campeonato; el gol, si ocurría, les daría el empate… y una oportunidad para ganar en penales.

El griterío de las gradas fue súbitamente sustituido por el sonido de decenas de personas conteniendo la respiración al mismo tiempo. El silencio que siguió le recordó a Sam lo que estaba en juego: todo el campeonato, la suma de las expectativas de sus compañeros, fans, y familiares; el orgullo de su gente. La pierna de Sam se lanzó hacia atrás para tomar impulso, un parpadeo después se disparó hacia adelante, impactando la pelota al final del trayecto. Mientras pateaba el balón, Sam vio, por el rabito del ojo, el rostro de sus compañeros tornándose en muecas de tensión, apretando las mandíbulas con la misma fuerza con la que se aferraban a la esperanza.

La pelota voló, el arquero se disparó para interceptarla: un cometa con dirección a una esquina del arco, directo al gol, las manos del arquero quemando la distancia entre sus dedos y el balón. El aquero cayó al suelo casi a la mitad del arco, con los brazos extendidos hacia un poste. La esfera chocó con la punta de sus dedos. La rigidez de sus músculos impidieron que se flexionaran hacía atrás, haciendo que balón rebotara en dirección opuesta.

Estaba hecho, no había nada más que hacer. El silbato anunció el final del sobretiempo.

Sam y su equipo se sumergieron en un silencio terrible, sólo quebrado por los sollozos de algunos que habían roto en llanto. La tristeza sería insoportable, inolvidable… al menos hasta que probaran las primeras rebanadas de las pizzas que les brindarían sus padres en la pizzería de al lado de la escuela. Cuando se tiene 7 años, casi ninguna tragedia es incurable, sobre todo si hay pizzas de consolación.



Por: Fabio Romanelli.

*Una versión editada y acortada de éste minicuento fue publicado en la revista Escala, de la aerolínea Aeroméxico, en su edición de marzo 2011. (¡MUCHAS GRACIAS POR ESTA PUBLICACIÓN, AEROMÉXICO!).





También está en inglés:

1 comentario:

  1. Muy bueno. De verdad pensé que se trataba de una de esas escenas de anime donde en un momento crucial de la narrativa fracciones afiladas de la pantalla una a una se van tornando en rostros de todos los amigos del protagonista.

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